ivimos muy deprisa; los acontecimientos que nos rodean, el estilo de vida que llevamos o la incapacidad de pararnos a pensar hace que apenas nos demos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor.

Los hechos y circunstancias que nos envuelven surgen a una velocidad asombrosa alrededor de cada uno de nosotros, los vivimos del modo que podemos, casi no los asimilamos y pasamos al siguiente.

No nos da tiempo a recapacitar sobre lo que está pasando, mucho menos sacar conclusiones profundas, salvo las de los comentarios rápidos y casi a “bote pronto” que nos sugieren dichos sucesos en nuestro entorno.

En muchas ocasiones, dichas eventualidades son simultáneas por lo que nuestra atención solo puede detenerse en algunas de ellas y además de modo somero, ya que al coincidir en el tiempo y en bastantes oportunidades en el espacio, los problemas o los hechos que nos incumben no tenemos capacidad de respuesta suficiente.

No se trata únicamente de hechos negativos, problemáticos o traumáticos, aunque probablemente sean los que más nos afectan, sino que también los episodios, anécdotas o situaciones positivas, divertidas, felices..., se eclipsan entre el montón y no somos conscientes siquiera del beneficio que nos aportan. No las disfrutamos, incluso a veces, ni las distinguimos.

Vivimos en el momento inminente y tenemos las ganas, y en algunos casos, la necesidad de compartir cada instante con los demás, sean conocidos o no. En nuestras redes sociales, en nuestros estados de WhatsApp, o en nuestros perfiles de webs de índole social. En esto el mundo va cambiando, evolucionando hacia una Internet corporativa donde ya no hay unas organizaciones que marcan qué se puede hacer o qué no en Internet, sino que son los usuarios quienes la van construyendo con sus aportaciones.

Esto nos lleva, en parte, a querer contar lo que nos sucede y a que sea inmediato, en tiempo real. Hemos perdido en ese camino el fijarnos en los detalles, en pararnos a meditar y reflexionar sobre lo que nos aportan los demás, hemos perdido conversaciones donde no escuchamos al que tenemos enfrente porque queremos expresar nuestra idea y rápidamente pasar a otras cosa, no atendemos argumentos contrarios que aportan contenido porque tenemos “prisa”.

Pero, en mi parecer, lo más importante es que hemos perdido la capacidad de asombrarnos, de sorprendernos. Solo los niños mantienen esa cualidad. Cada cosa que sucede, en el mundo adulto, deja un poso de indiferencia y únicamente si nos incumbe de cerca, de muy cerca, nos afecta en la medida oportuna, porque si no, rápidamente lo olvidamos y continuamos nuestro camino.

Ojalá sepamos parar algún rato a meditar, pensar, reflexionar y ubicarnos en el momento que vivimos, sin olvidar aprender del pasado para afrontar el futuro, cambiando aquello que no nos aporta nada y centrándonos en lo que sí lo haga.

Sirva este escrito de homenaje y recuerdo para todos aquellos que ya no están entre nosotros y que consigamos mantenerlos en nuestros pensamientos y en nuestra memoria, aunque la vida nos lleve a muy alta velocidad.