No ha pasado desapercibida la frase del presidente de Argentina calificando a los brasileños de “selváticos”. Queda lejos el ambiente de progreso y concordia que prohijó el Mercosur, y más lejos el bagaje “imperial” de la inmensidad brasileña; pero aún debería quedar más lejos la tradición del “blanqueamiento” racial de la América del Sur decimonónica. Más claros o más oscuros de piel, lo cierto es que los latinoamericanos enfrentan una encrucijada que los puede precipitar no a indómitas y peligrosas selvas, sino a una barbarie ideológica que se lleve por delante treinta años de esfuerzos por salir del subdesarrollo. No parece ser una casualidad el proceso de derrocamiento de la democracia liberal que se produce en América desde hace tres años; Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia y ahora Perú. En todos los países se ha seguido el esquema bolivariano-castrista: intento de infiltración electoral e insurrección callejera, si aquella fracasa en su intento de subvertir el orden constitucional. El momento no puede haber sido mejor elegido; la crisis de identidad norteamericana que replegó a Estados Unidos hacia su oxidado cinturón ultraconservador dejó huérfana de referentes económicos y liberales a los paises de América Latina. La profunda crisis constitucional que atraviesa España desde el golpe de Estado catalán, abrió las puertas de la monarquía hispánica a la extrema izquierda, rompiendo todos los puentes que unieron América y Europa mediante la hispanidad. De seguro que los próximos años verán agudos conflictos diplomáticos de América Latina con la Madre Patria, atizados como brasa ardiendo por la ideología socialista, cuyo único fin es destruir la memoria milenaria hispánica y los frutos de la siembra de los valores universales que llevamos a cabo los españoles en medio mundo para erradicar la barbarie, ya fuera selvática o moderna.