Me gusta la gente que sabe ver, leer, sentir el espíritu de las cosas. Me gusta sentir el alma de las hayas. Me gusta sentir el corazón del desierto (las Bardenas frías y sin aviones de guerra que se entrenan para matar). Me gusta la gente que ama el hondo sonido de un cementerio o de un hospital; que son como granadas, que albergan cientos de almas y recuerdos. Todos son distintos. Y el de la mar, a pesar de que se traga a los vivos y a los muertos, sobre todo si son pobres y negros y pardos. Me gusta la gente que siente como los poetas, el poeta que todos llevamos dentro. Me gusta la danza del viento y lo que significa de etéreo cuando se lleva el alma de los seres vivos, animados e inanimados, como un artista los colores. No me gustan los matones disfrazados de políticos, ni las guerras ni los que las programan vestidos de trajes de marca en despachos con un botellín de agua. No me gustan los y las que matan a sus hijos, ni a los toros desde un caballo o en tierra para gozo de la canalla o como venganza. Otra cosa es torear sin sangre contemplando la extrema belleza del toro. No me gusta que quemen libros, ni sillas, aunque sean viejos, porque guardan muchos secretos. En fin, me gusta la frescura y elegancia de las hayas, que sacan las hojas cuando a sus pies ya ha nacido todo lo que debía nacer. Me gusta la gente que sueña despierta y que llora de alegría.