Dice la Constitución española que la figura del rey es inviolable y no sujeta a responsabilidad, aunque, según parece, a juicio de nuestros políticos, como en aquel programa de televisión: “Hasta aquí puedo leer”. Pero si insistimos y seguimos leyendo, podemos ver que la Constitución dice muchas cosas más. Dice que aunque no se le pueda exigir responsabilidad al monarca, ello no quiere decir que la responsabilidad no exista, sino que la misma se traslada a las personas que refrendan sus actos. Y que refrendar es: firmar o apoyar o aceptar o conocer los actos de Su Majestad y estar de acuerdo con ellos. También dice la Constitución que es el Gobierno el que refrenda, asume y en quien recae la responsabilidad de los actos del rey. Como también que las autoridades refrendantes del Gobierno serán, el presidente del mismo o en su caso sus ministros o el presidente del Congreso y, por lo tanto, personas físicas responsables de sus actos. Nuestro rey emérito, antes de serlo, parece que cometió algunos actos irresponsables. Quedarse con comisiones por los barriles de petróleo importados de Arabia Saudí, el dinero de Bárbara Rey, los chanchullos con los Albertos, su vinculación con el golpe del 23-F dado por su mentor durante toda su vida militar, el general Armada, el caso Noos, las cacerías de elefantes, el dinero en paraísos fiscales, etcétera, muchos de ellos conocidos en su día por la ciudadanía y lógicamente todos refrendados por los gobiernos de turno, que los consintieron. Sin embargo, parece que en esta parte nos hemos saltado la Constitución, ya que no sabemos los españoles que se haya exigido a ningún gobierno, presidente o ministro de turno, que asumiera responsabilidad alguna por los actos del rey que hoy se consideran punibles. Que Suarez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero o Rajoy hayan dicho algo al respecto. Tampoco que ningún tribunal de justicia haya demandado a presidente alguno acusándolos del delito de no acatar la Constitución. Con la perspectiva que nos da nuestra historia reciente, resulta deprimente comprobar cómo se nos ha tomado y se nos toma el pelo y qué pena que todos estos impresentables que se reseñan no hayan consentido que nuestro país abandonara el totalitarismo.