En este siglo los ciegos verán, los mudos hablarán y los sordos oirán, gracias a la tecnología. Lourdes, Fátima y el Vaticano tendrán que cerrar la tienda por falta de clientes. Las agencias de viajes tendrán nuevos nichos de negocio gracias a las nuevas tecnologías y a la inteligencia artificial para cubrir ese espacio que va a dejar la fe milagrera, el agua milagrosa, los rosarios de alpaca y los crucifijos bendecidos que añoraban nuestras abuelas con la visita a los lugares santos y la bendición Urbi et Orbi a la que no pudieron acceder en la Plaza porque el viaje era muy caro. Las religiones tienen sentido en la ética. No en la milagrería y en el negocio. Cuando se convierten en estados, reinos y otras hierbas, que les convierten en agencias de la pasta gansa, dejan de tener sentido. Las inmatriculaciones santas llaman a gritos a las ya desamortizaciones por derecho propio, pese a quien pese. Sin meter en la balanza las cuestiones de sexo. Que si nos paramos a hablar de eso, ya rompemos la baraja. Si el cambio climático nos da tiempo, veremos a la humanidad volcada en la ética, en la solidaridad, en la lucha por la igualdad y el equilibrio, porque se darán cuenta de que es la única forma de sobrevivir de la especie. Por supuesto que los ricos se opondrán por todos los medios, pero como no son tontos se darán cuenta de que la única forma de que no les corten el cuello es repartir, como ha sido a lo largo de la historia. Lo malo es que muchos no lo veremos porque nos habrá llegado la hora de desaparecer de este jodido mundo, que en algo sí habrá cambiado: que nos habremos comido toda la herencia de nuestros hijos y vivirán peor que nosotros. Al tiempo. La lluvia se convertirá en chorros de agua triste.