Sobrecoge ver las dramáticas escenas de la isla de La Palma. Al natural espectáculo visual que nos fascina le acompaña la desolación y la congoja que producen los dramas personales de quien pierde todo en un abrir y cerrar de ojos. La tarde del 24 de agosto del 79 d.C., el cielo de Pompeya se tornó gris y nadie sabía por qué. No había vulcanólogos ni sismólogos que advirtieran el desastre que aconteció poco después. Unas 2.000 personas murieron sepultadas por ceniza y piedra pómez precipitada sobre la próspera ciudad. Menos se habla y estudia de lo que ocurrió en su vecina Herculano. No era una ciudad tan grande, pero era una lujosa residencia de aristócratas, así como lugar de recreo y veraneo para la élite. Un “Puerto Banús” de la capital que se libró en un principio de su gris sepultura, protegidos momentáneamente por el viento, para sufrir después la misma “suerte” que sus vecinos. Los dioses no entienden de clases: prósperos mercaderes, artesanos y emprendedores de Pompeya, políticos y beautiful people de Herculano quedaron en el ámbar de la historia tras una suerte similar. Intentemos no obviar que en La Palma quienes necesitarán de nuestra comprensión, cariño y solidaridad no serán ricos, pobres, cultos o ignorantes. Sepamos, ahora y para la página que se está escribiendo en la historia, que estamos hablando ¡cómo olvidarlo!, de personas.