e descubierto la grandeza de la austeridad. Cada día que pasa me alimento de un modo más frugal y mi cuerpo lo agradece. Viene -mi cuerpo- del maltrato, del sedentarismo y la obesidad. También mental, la obesidad. Llega de un bloqueo mental pernicioso que había paralizado algo tan natural como la iniciativa o la ilusión. He acabado con todo eso. Todavía permanece abierta en el barrio una pequeña tienda de ultramarinos donde se pueden comprar productos frescos de temporada de una gran calidad, y no sólo eso, converso con Regino -el dependiente- sobre esto y aquello. Es un republicano convencido de la vieja escuela y yo consigo enfadarlo. Hace como si y yo simulo estar irritado con él y su trasnochada nostalgia. Es una delicia comprar un cardo en invierno o tomates recién cogidos en verano. Siempre, una vez sumada mi cuenta sobre papel de estraza yo le dejo un euro de más y ahí salta como un demonio y me llama prepotente y chulo de putas. Salgo con media sonrisa y quien no nos conoce piensa que estamos locos de atar. En el barrio nos conocemos todos y nuestras trifulcas forman parte del acervo vecinal de todos nosotros. Ni él ni yo podríamos vivir ya sin nuestras sonoras escenas y nuestra profunda amistad. Recorro todas las estanterías una por una con sigilo y admiración, no toco ningún producto y siempre me admira que la tierra nos dé todos los manjares que el viejo Regino ofrece con primor. Generalmente me alimento de ensaladas, legumbres y pasta italiana. Esta alimentación y mis largas caminatas vespertinas están haciendo de mí un hombre joven. Creo, lo digo con cautela, que estoy recuperando un más que discreto nivel de testosterona que creía irremediablemente perdido. Lo que no puedo asegurar es si me va a servir de algo dadas las circunstancias.

Tengo una sana fijación con los zapatos. Cuando salgo de viaje me aseguro de guardar en mi equipaje los tubos de betún. Esto no es una cosa menor. La limpieza de un hombre empieza por sus zapatos. Siempre he pensado que llevar los zapatos relucientes dice mucho de uno. Si atisbo un grado de desgaste o suciedad en mi calzado aplico el betún antes de salir y me aseguro de que brillan como el mismo sol. Dos pares de pantalones usados y uno nuevo, tres camisas usadas y una nueva, dos jerseys usados y dos nuevos, dos americanas usadas y una nueva, un abrigo de invierno usado y abundante ropa interior. Es todo mi ajuar que alterno según el día, el clima y la situación. Un día al mes voy al cine, si es posible asisto a algún estreno. Al regreso a casa apunto en mi cuaderno de notas las impresiones que me han causado la película, la actuación de los actores y el director. Me fijo mucho en los primeros planos y el juego de las sombras, aunque después de Dreyer y Bergman no espero nada del particular. Ese día me permito en la cena un revuelto de champiñones y de postre un yogur cremoso. Cómo disfruto esa tarde de cine. Espero con ansiedad al mes siguiente mientras paseo cada día hasta el lago para recogerme en mi apartamento donde leo hasta que me vence el sueño. Volveré a la tiendita de Regino, dejaré el eurito que lo hará estallar. Mejor que mejor.

El autor es escritor