Los fines de semana, a no ser que las inclemencias del tiempo lo impidan, voy a nuestra casica de campo que se halla en tierra natal de mi mujer. Hasta convertirse en algo real, solo era una fantasía vaga sobre la que teníamos, de forma poco manifiesta, dos opciones respecto al lugar donde asentarla: si en terreno de mi pueblo o en zona de Estella. Pronto noté indicios para creer que mi propuesta resultaría tan vana como irrevocable la suya. Así que acepté de buena gana su idea, pues los Institutos de Bachillerato del Verbo Divino y Oncineda fueron mis primeros destinos como profesor, y han quedado en mi memoria como los mejores centros donde he ejercido la enseñanza, tanto por el esfuerzo de los alumnos en el desarrollo de las clases como por su entusiasmo hacia los ensayos y funciones teatrales. Por lo tanto, es fácil entender lo mucho que me alegra volver, con frecuencia, a esa tierra durante la vejez otoñal de mi vida en que la añoranza de sensibles recuerdos se refleja con intensidad, mientras las horas de luz disminuyen y los débiles rayos de sol caen sobre el jardín donde riego con manguera las hiedras, recojo las hojas caedizas, igualo el seto, corto el césped, o formo un conjunto agradable de florecillas y ramitas que nadie ha plantado, para adorar el salón de casa como compensación por haber desviado las tareas sabatinas del hogar en favor de estas actividades físicas que restauran mis neuronas sin causar agotamiento al organismo. Todo lo cual se completa, al atardecer, con un paseo saludable entre viñedos ya vendimiados, pero todavía sin "sarmentar", donde la mente se expansiona y las cosas se perciben de manera más positiva que en la ciudad.