n el setenta y tres aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el balance del pasado año no es muy alentador.

Continúan las guerras, sufridas por los pueblos en los diversos continentes; continúa la brutal desigualdad económica, reflejada en el vergonzoso porcentaje del 1% de la población que acumula más dinero que todo el resto del planeta; continúa el devastador calentamiento global, con sus graves consecuencias para la población; continúan los regímenes dictatoriales, la falta de libertades, la precariedad y la falta de oportunidades e igualdad y de derechos.

Todo ello provoca el éxodo de millones de personas a la búsqueda de un lugar más estable, más seguro. La OIM (Organización Internacional para las Migraciones) nos recuerda que más de 281 millones de personas, 23 millones más que el pasado año, viven fuera del país que han nacido. En su huida se encuentran vallas, muros, campos de concentración, frío, hambre, desprotección sanitaria, invisibilidad, y en muchos casos la muerte.

Según datos de Missing Migrants, organización de la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), en la llamada ruta Canaria hasta junio del presente año 898 personas han desaparecido o muerto; Caminando fronteras, colectivo que se dedica al rescate y ayudar a personas, habla de 1992.

Por otro lado, la pandemia de covid-19 ha afectado desproporcionadamente a los grupos vulnerables, incluidos a las trabajadoras de primera línea, las personas con discapacidad, las personas mayores, las personas con experiencias de sufrimiento sicosocial, las personas menores, las mujeres y las minorías.

Al mismo tiempo, la pandemia está socavando los derechos humanos al proporcionar un pretexto para la adopción de respuestas inflexibles en materia de seguridad y de medidas represivas que limitan el espacio cívico y la libertad de los medios de comunicación.

Las personas y sus derechos deben ocupar el primer plano y ser el objetivo central de la respuesta y la recuperación. Necesitamos marcos universales basados en los derechos, como la cobertura sanitaria para todos, si queremos vencer esta pandemia y protegernos para el futuro.

Además, hay un poderoso trabajo de activismo con la sociedad civil, movilizándose en cada uno de estos temas y luchando por los derechos dentro de sus países, por los derechos de las mujeres, los migrantes, los derechos de las minorías étnicas, religiosas, raciales y de casta, los derechos de las personas con discapacidad, los trabajadores y empleados, las personas que se denominan LGBTI, los derechos del niño, los derechos a la salud.

Y a la vez se está en un momento de turbulencia creciente; que se experimenta un desprecio profundo por los principios y las leyes acordadas; que hay un número sin precedentes de desplazados, por las privaciones y los conflictos armados, pero que además son estas personas “las que se están convirtiendo en el blanco del odio y el miedo, no los perpetradores de la tortura sino los torturados, no los rapaces y corruptos sino sus víctimas”.

Consideramos que no es posible la paz en el mundo si no se respetan los derechos humanos ni las libertades fundamentales. No se puede hablar de dignidad o libertad para los seres humanos si no se elimina la violencia de todos los ámbitos de la vida, del poder ejercido de unos sobre otros, si no se eliminan las guerras o las amenazas de conflicto a nivel mundial garantizando la paz y seguridad en un marco de derechos y obligaciones.

La necesidad de defender los Derechos Humanos de todas las personas, con independencia de su origen, de su condición de migrante o no, no sólo es una exigencia jurídica, sino también garantía de que no bajamos el listón ético de nuestra sociedad y de que no claudicamos en nuestros valores democráticos.

Todos los derechos para todas las personas.

En representación de Médicos del Mundo, Plataforma por los Derechos de Salud Mental de Navarra, y Papeles y Derechos Denontzat, respectivamente