Nuestros menores cumplen escrupulosamente las normas impuestas para frenar una pandemia que afortunadamente no afecta gravemente a su salud. Usan mascarilla en todos los espacios educativos, pero ven que en cafeterías y bares el uso de la misma es anecdótico y callan. En el ocio nocturno, juevintxo etcétera, es prácticamente inexistente el uso de mascarilla y el distanciamiento. Son lugares de reunión en entornos cerrados, sin ventilación y compartiendo espacio sin mascarilla con gente de muchos núcleos familiares distintos. Una bomba. ¿En estos actos no se transmite y no transmiten después a sus menores y mayores? Ahora debemos, dicen, vacunarlos para bajar la incidencia, que aumenta por muchos factores conocidos, incidencia que por otra parte ya se consiguió reducir 5 veces con otras medidas. ¿Por qué no dan mascarillas homologadas en los centros y no se ha invertido en sistemas de renovación o purificación del aire, por cierto obligatorios por RITE desde 2007? No soy antivacunas y en mi entorno todos estamos vacunados. Pero con la vacunación infantil, pretenden, permita mantener esa libertad extra que algunos emplean a diario para hacer lo que les da la gana. Vacunar a niños que no se ha demostrado que sean la causa de la transmisión sino más bien al contrario, mientras se relajan las medidas en los colegios. Yo me vacuné con Janssen, era la mejor, luego no valió para nada, después con Moderna, ahora dicen que no sirve para la cepa ómicron que será con total seguridad la predominante en pocas semanas. Pretenden que inoculemos a nuestros hijos el suero de Pfizer sin asegurarnos si será efectiva contra ómicron. Qué despropósito. Todos nos hemos vacunado con la certeza previa de que eran efectivas, por el riesgo de padecer la enfermedad o sus secuelas y por compromiso social. Pero antes hay que tomar otras medidas y si los políticos no se atreven, ¡que se vayan! ¿Vacunaré a mis hijos? Sí, pero no así y no todavía.