A mi padre le falló su único riñón a finales de febrero de 2020. Dos semanas después empezaba el confinamiento. En estos dos años nuestra familia ha tenido la oportunidad de ver la progresión del sistema público de salud a medida que mi padre iba necesitando su atención y las olas de covid se sucedían. Vimos cómo la incertidumbre daba paso a la ansiedad. La angustia al miedo. La rabia a la frustración. El cansancio al agotamiento extremo. Fuimos pasando fases con los sanitarios, a medida que se sobreponían y seguían en la brecha: primero en diálisis peritoneal, después en hemodiálisis, las varias intervenciones menores asociadas, pasando por la planta covid en el verano de 2021 después de las tres vacunas, y culminando con una intervención a corazón abierto -pospuesta por la sexta ola- y 32 días en la UCI -OPE de enfermería de por medio- donde finalmente el cuerpo de mi padre se dio por vencido. Han sido dos años intensos para nuestra familia, como para miles de familias navarras, pero mucho más lo han sido para los profesionales del Servicio Navarro de Salud. Nosotros solo podemos estarles agradecidos por la calidez y la calidad de la atención que nos han brindado pese a las circunstancias en las que se ven obligados a trabajar. A todos, sin excepción, desde los jefes de servicio (nefrología, cirugía, cardiología y cuidados intensivos), a los médicos internos residentes de jornadas imposibles, enfermeras, auxiliares, administrativos y celadores. Los que hoy quedan trabajando tienen una resistencia sobrehumana y una vocación irreductible. Basten estas líneas para mostrar nuestro agradecimiento, admiración y respeto. Defendamos nuestra sanidad pública.