Hace algo más de una semana que finalizaron los incendios de Navarra, aquellos que asolaron decenas de pueblos y pusieron el corazón de la gente a mil por hora. Durante unos días, todos estuvimos pendientes de las noticias para ver si nuestro querido pueblo había sido devorado por las llamas. Uno de los afectados fue el mío, Gallipienzo. Es uno de los pueblos más antiguos de Navarra con casi 1.100 años de historia. Bien, el fuego destruyó parte del pinar de Beragu pero gracias a Dios no llegó al pueblo. Este desastre me hizo plantearme la siguiente pregunta: ¿Qué diferencia hay entre “el pueblo” y la casa a la que normalmente vas de vacaciones? O de tu propia casa en la ciudad incluso. ¿Qué tiene que le hace tan especial y único? No me refiero solamente a Gallipienzo, sino a cualquier otra localidad a la que la gente sienta que pertenece.

Cuando la gente utiliza la expresión “me voy al pueblo”, vuelve a sus raíces. Retorna a ese sitio que pisa pocas veces al año pero en el que se siente seguro. Un lugar en el que no hay horarios, ni códigos de vestimenta, ni diferencias sociales. En el pueblo todos somos iguales. En el pueblo se juntan todos, sean 5 porque hace frío y nadie ha bajado o 50, en caso de que haga calor y la sociedad esté abierta. Siempre puedes dar un paseo con el de Casa Alamán o con La Amparo. Es una realidad diferente, vives aislado y desconectas de esa normalidad que tan interiorizada tenemos y que tanto daño nos hace. En ese auge de felicidad, te das cuenta de que no necesitas tanto para ser feliz. De que, con un bocata de salchichas en la plaza de la Carnicería o una raqueta agujereada para jugar en el frontón es más que suficiente. Bajar al río o ir a recoger moras son actividades habituales en verano y que nos llenan de gozo genuino. Ahora que llega el verano y los incendios son más propensos, es crucial cuidar los espacios naturales. Para que así, podamos seguir disfrutando de este lugar especial, el pueblo. Un sitio en el que somos nosotros mismos, sin máscaras y rebosantes de autenticidad.

¡Que vivan los pueblos! ¡Que viva Gallipienzo!