Nuestros predecesores Aficionado como soy a ver partidos importantes de fútbol por medio de la televisión, me sucede que cuando no hay campeonato o los equipos contendientes juegan al tiki-taka y no abundan los goles como ocurría en tiempos de Di Stéfano, Puskas y Kubala, me cambio al wild-life sobre animales en su medio natural que tanto nos enseñan acerca de la especie humana. 

A este efecto, si se observan las costumbres y comportamientos de muchos de ellos, ¿No hallamos rasgos análogos a los que poseemos nosotros frente a estímulos similares en sonidos y gestos que nos hacen ser, en parte, como son ellos?

Es lo que viene al caso cuando un gorila se sorprende por alguna cosa: eleva el busto, alza los codos más que los brazos, agranda los ojos y suelta la mandíbula. En otras secuencias, se advierte la retirada de un ciervo que se pierde por detrás de la vegetación, con las puntas estrelladas de sus cuernos inclinados en señal de sumisión, ante un macho de mayor tamaño que le ha disputado la porfía de una hembra en estado de celo. En cambio, una sensación más venerable produce la filmación de un chimpancé adulto que, en son de amor y protección, da unos suaves golpecitos en el costado a uno de sus vástagos de camada. 

Tales hechos en animales salvajes, ¿no se repiten entre seres humanos cada vez que se encuentran inmersos en situaciones límite y no aciertan a resolverlas mediante el acto de la palabra, sino que, por el contrario, acuden a la agresión física hasta batirse en retirada, para demostrar que ese hilo de continuidad en homínidos, llamado "evolución", nos indica que no es posible dudar de nuestro origen común?