Tras más de una hora de espera (situación al parecer sistemática) en una sucursal de La Caixa del barrio de Mendillorri en Pamplona, con solamente una persona atendiendo al público, he llegado a la siguiente conclusión: me temo que las entidades bancarias lamentablemente, cualquiera de ellas se han convertido en instituciones privadas que obtienen sus pingües beneficios con el dinero confiado a ellas precisamente por los clientes a los cuales, menosprecian con su pésimo servicio. La Caixa, y no es una excepción, obtuvo el ejercicio pasado unos notables beneficios calculados en millones de euros. Esa fortaleza financiera, por desgracia, no parece suficiente para mejorar la calidad de su servicio. A día de hoy, tan solo hay una persona en ventanilla para una población aproximada, con los barrios colindantes (además de Mendillorri, Ripagaina y Lezkairu, donde no hay una sola oficina de ninguna entidad) de unas 30.000 personas. Como resultado, esa desproporción entre el personal de atención y los resignados usuarios hace que estos deban someterse a la penitencia de largas esperas mientras el personal de la oficina, y aquí viene la ironía, ignorando la indignación de los clientes a que se deben, se dedica en sus cubículos, deduzco yo, a invertir en fondos, valores y seguros y otros productos el dinero de quienes pacientemente esperamos a que nos atiendan. Curiosa paradoja.