La invasión de Ucrania por el régimen de Putin es un acto criminal que ha hecho necesaria la respuesta armada. Aunque los aliados están siendo comedidos. Así y a diferencia de lo que ha hecho el agresor, no han atacado el territorio ruso. Pero, además de las muertes y daños que ocasiona en Ucrania y de la repercusión en la economía mundial, la guerra dificulta mucho la reacción contra el cambio climático que, entre otros aspectos, exige modificar profundamente el modelo energético global. Junto a esta pretensión de reeditar el imperialismo zarista / soviético, está el proyecto de China de aspirar al papel de primera potencia mundial (que los Estados Unidos de América desean reservarse para sí). Pero lo que interesa a la mayoría de los habitantes del planeta es prescindir de imperialismos, para aproximarse a una democracia mundial.

Hay que detener la carrera armamentística que, para la especie humana en su conjunto, resulta demencial. Hace ya más de medio siglo se popularizó la idea de la destrucción mutua asegurada, en el caso de un conflicto nuclear generalizado. Desde entonces, los arsenales de todo tipo no han dejado de aumentar su poder destructivo. Es preciso lograr un equilibrio verificable de los respectivos armamentos. Aunque, ciertamente, el hecho de que tanto Rusia como China estén regidos por dictaduras, dificulte la tarea.

Por encima de todo ello existe una cuestión vital: la emergencia climática. La elevación de las temperaturas durante los últimos años resulta evidente y más rápida de lo que se temía. Hay ya consecuencias muy visibles, como la proliferación de los grandes incendios. Es de suponer que en no muchos años la vida en algunas zonas del planeta será cada vez más difícil, lo que aumentará mucho las migraciones y creará conflictos de todo tipo.

La lucha contra ella se halla obstaculizada por el hecho de que algunas de las principales potencias sean dictaduras y en ellas la opinión pública apenas tenga peso. Pero tampoco existe en las democracias un clamor mundial exigiendo la colaboración de todos los gobiernos para no caer por el abismo. Resulta sorprendente ese grado de inacción. Probablemente sea porque los humanos jamás nos habíamos enfrentado a algo así. La complejidad de la situación y las exigencias que plantea, nos paralizan.

A los gobernantes, pero también a los intelectuales y técnicos cualificados en las distintas áreas, les corresponde un mayor protagonismo. En cuanto a su motivación y como escribió Kant el año 1784, sería preciso "...encauzar tanto la ambición de los jefes de Estado como la de sus servidores hacia el único medio que les puede hacer conquistar un recuerdo glorioso para la posteridad". En este caso, se trata de desarrollar actuaciones que sean beneficiosas para la humanidad en su conjunto. La invasión de Ucrania o las amenazas en Taiwan hacen necesaria una respuesta cuidadosa. Frente a situaciones similares, hay que aguantar el pulso, pero procurando no aumentar la escalada de tensión. Además de ello, existen problemas de todo tipo, complejos y de difícil resolución, que deben ser abordados. Pero es preciso mirar con perspectiva. En ningún momento debe perderse de vista la cuestión fundamental, que influye en todas las demás. No podemos perder el tiempo luchando entre nosotros mientras avanza hasta ahora de forma inexorable un cambio climático que podría terminar con la especie humana. Aunque a algunos les parezca ingenuo, resulta también necesario desarrollar espacios de convivencia, amor y fraternidad. Mimarnos un poco, lograr sociedades más amables, también en Moscú, Pekín o Barcelona. La humanidad tiene que trabajar unida, con inteligencia y dedicación absoluta. Se trata de nuestro interés común. Si el cambio climático no es frenado, no habrá futuro para nadie, tampoco para Rusia o China.

El autor es doctor en Filosofía.