Algo se mantiene siempre en estado de alerta, es un soterrado sentimiento de fragilidad anterior incluso a la propia conciencia. Aunque el día ha sido agotador, hago lo posible por dormir, por desterrar esta sensación desvalida. No puedo conciliar el sueño ni siquiera al adoptar mi postura favorita, la misma con la que siempre me duermo acogida por esa laxitud bienhechora que tanto me gusta. Nada va a durar lo suficiente para saber de su esencia, para saber si yo también formo parte de ese magma eternizable que intuyo pese a todo. Doy una y más vueltas en la cama, me levanto a beber un vaso de agua y esto, el vaso de agua, me habla de otra clase de sustancia que me acoge porque soy parte de ella. Somos agua me digo, y esta convicción simple y rotunda me tranquiliza aunque persiste la fragilidad y el desvalimiento. El desvalimiento y la fragilidad. Cuando uno se despierta así en la noche insomne, si persiste en aunar las sensaciones con el pensamiento puro, percibe que la fragilidad puede ser su fortaleza, que el desvalimiento puede ser un estado rocoso de resistencia, pero, ¿qué es lo que resistimos? Nos hacemos resistentes al miedo, a la ignorancia, a los senderos intrincados de la sorpresa, de lo inesperado y, por encima de todo, vamos a resistir a la muerte porque vamos a entender. Sólo cuando se entiende se puede vencer todo aquello que es definitivo. Todo lo que es definitivo habita en el espacio minado del límite. Lo que existe detrás del límite es el abismo. Cuando entendemos que la medida del tiempo es un error, que no puede medirse el tiempo, cuando entendemos que vivir en lo inalcanzable es una fuente constante y gratuita de sufrimiento, cuando entendemos que todo tiene un final y ese final es inevitable y es implacable, y entendemos además que pese a todo puede ser deseable y puede ser amable, hemos comenzado a alejar aquella primera alerta que no nos dejaba dormir.

Es posible levantarse cada mañana y en el momento exacto en el que preparamos con mimo un buen café en la cafetera de toda la vida y exprimimos un zumo mientras escuchamos las primeras noticias de la radio, logremos saber un par de cosas sobre la fragilidad y el extravío, pero van a ser más fuertes las señales bienhechoras que envía el café, la tonalidad amable y natural del zumo al tomar la forma del vaso, su energía. Te has levantado y has escrito estas cosas. Palabras en la niebla, sedoso ungüento de la melancolía.