Otros, otras, otres...
Es obvio que el lenguaje humano se transforma en el tiempo, como la sociedad que hace uso de él. Lo cual no significa, en modo alguno, que el hablante lo pueda alterar, a su gusto, mediante engendros desinenciales, sin tener en cuenta las reglas establecidas por la Real Academia para la formación de palabras, con el fin de conseguir efectos de sentido inclusivo mediante trucos léxicos. Por esto, cabe esperar que, después de un corto espacio de tiempo, cese la controversia actual, surgida con vehemente porfía, hasta que el lenguaje de género quede libre de toda duda y discusión.
Así que, dejarse llevar por ideas preconcebidas y poner al límite el abuso constante de un léxico libertario, como se obstinan sus fanáticos preservadores, sería agotador para la conversación ordinaria y muy latoso en el nivel literario, ya que imprimiría una gran pesadez a la comunicación, si políticos, profesores, conferenciantes y escritores llevasen al extremo tal extenuada forma de exponer ideas.
Con esto, creo que es mejor pasar por alto esas maneras de dicción que no sean las de hablar, oír, escribir y leer, sin causar problemas de desconcierto continuo, evitando referencias machistas y prevenciones hembristas, sin dejar de utilizar los distintos géneros naturales, comunes y gramaticales del español: masculino femenino, neutro, ambiguo, junto con las ilimitadas prestaciones extensibles del epiceno.
Por todo ello, creo que hay que dejar atrás esas terminaciones arbitrarias de hablar, oír, escribir y leer sin rectitud, que causan desajustes fónicos o formales de integridad sociocultural.