El otro día me lancé al ruedo con la intención de mover conciencias en el tema político, que desde hace mucho no distingue de colores de banderas y sí de robar sin miedo el dinero de todos. Y todos los políticos de uno u otro signo, igual. Quedando cada vez más claro que la estulticia del pueblo es de tal calibre que los seguimos votando. Y ellos descuajeringando las arcas municipales o estatales en tonterías de bulto. A cuenta de no buscar soluciones para la difícil vida de nosotros, trabajadores de un sistema enfermo.

Mandé mi escrito, invitando a la disidencia de un sistema político corrupto hasta sus cimientos, a varios diarios locales, por supuesto. Los de Navarra. Y nacionales, de esa España que se vende al mejor postor por trozos. Pero claro, arreglen ustedes el desperfecto de los nacionalismos, si varias generaciones ya defienden a capa y espada su singular hablar. Ese que aprendieron de niños. Ese que hurtó al idioma común cualquier protagonismo. Pues no hay más que decir. Porque no es dulce o salado. Es decidir qué modelo de nación queremos. Y yo quiero una en la que quepamos todos. Los que vienen y los que estamos. Sin pelearnos nada más que por tener una oportunidad para ganarnos la vida. Esa que permite sonreír. Y no esa llena de tormentas que nos llevan a pensar lo lejos que estamos de un mundo justo. Donde tú y yo, nos miramos y decidimos que juntos, cabemos todos. Y no sólo para festejar, sino para trabajar codo con codo por el bien común. Ese al que los políticos, ni caso. Y así os lo digo. Desde esta literatura incómoda de pronunciarse.