No se se sabe ni quién ni porqué, pero resulta que en el Ayuntamiento de Pamplona se ha decidido que, a partir de ahora, algún que otro policía municipal va a tener la importantísima labor de, receta en mano, indagar en los rincones del Casco Viejo en busca de agrupaciones musicales sin permiso. Permiso que para nada es fácil de conseguir sino eres muy afín a los que mandan, pero bueno, eso es otro tema.

Uno entiende que entre semana, o a altas horas de la noche, salvo festividades concretas, no son horas para armar semejante estruendo, pero también uno entiende que aquel que vive en las calles de lo viejo, solamente tiene que bajar al portal para situarse en el centro neurálgico de la ciudad, para lo bueno y para lo malo.

Después de la pandemia, entre músicos comentábamos el incremento de la gente joven que nos seguía. Resulta que ahora muchos jóvenes que antes preferían otros lugares de ocio, y que ni mucho menos les llamaba la atención la música popular, inundan ahora el adoquín pamplonés en busca de cualquier agrupación que interprete alguno de los hits que nunca pasan de moda: Carnaval de Lesaka, el Zortziko de Lantz, las Polkas, Animo Pues, y un largo etcétera.

Si queremos preservar nuestra cultura y diferenciarnos de cualquier otra ciudad, algo mejor será que en las calles resuenen nuestros pasacalles y kalejiras tradicionales que la última canción del momento proveniente de cualquier bar. Si no queremos preservarla, entonces estaría bien que el Ayuntamiento no intente vender la imagen de ciudad viva y cultural al exterior a nuestra costa.

Eso sí, mientras tanto el Consistorio seguirá repartiendo a diestro y siniestro la factura pertinente, lucrándose de aquella gente que sí que tiene motivos para celebrar.