Decía Paco Roda en su artículo el pasado día 14 de noviembre la cantidad de idiomas que escuchaba en el trayecto del autobús. En la localidad donde resido convivo con personas de diversas nacionalidades. 

En cierta ocasión comenté que soy radioaficionado y oigo conversaciones en muchas lenguas. Hace unos años tuvimos de párroco un negrito de Ruanda de lo más simpático. Se llamaba Isaias y era una gozada charlar con él. Me enseñó un poco de la lengua que hablan en su país. 

Otro entusiasta de la radio, mi amigo José Antonio, en aquellas fechas estuvo en una ONG, por lo que recorrió medio mundo. Cuando hacía el equipaje, lo primero que metía era la emisora y los bártulos necesarios. Cierta tarde oí su llamada: “Javier, ¿estás a la escucha?”. Por curiosidad le pregunté dónde se encontraba, su señal era muy clara. Respuesta: “Tengo una panorámica maravilosa. Cerca del Kilimanjaro”. Me arriesgué demasiado, así salió. “¡Yambo! Nabari gaue!” (¡Hola! ¿Qué tal estás?) (Swahili).

Cuando hay un micrófono abierto se oyen tanto los ruidos ambientales como las conversaciones. Alguien pregunta quién era. Respuesta: “Una amigo de Barásoain”. Risotadas, murmullos y una voz que destaca: “¿Uno de Barásoain hablando swahili? ¡Anda! ¡Vete a hacer puñetas!”. Aún me río recordando la anécdota.

Todos los días se aprende algo.

Asante sana. Misana. (Muchas gracias. Adiós)