“Fiestas, felicitaciones, sí, feliz Navidad y, ya de paso, feliz Año Nuevo, pero, sobre todo, pásalo bien”. Partieron, las huellas borrándose detrás de sus siluetas, cubiertas por bolsas llenas de compras y regalos, grandes cantidades de plástico para la basura... Alegrías de un momento. “¡Pasadlo bien!”, el lema se repetía. Parece un imperativo, obligación de disfrutar, aunque ser feliz no es lo mismo. Cierto es que el fin de nuestra existencia es la felicidad, por encima de dolencias. Hay quienes lo pasan bien por fuera, aparentemente, y son unos desgraciados que de sí mismos huyen, ahogándose en placeres que como si fueran drogas los entretienen. Otros, esforzados, tal vez incluso enfermos, son capaces de superar los males y ser felices aunque no gocen de muchos o grandes placeres.

Casi todos los pensadores de cualquier época y lugar confirman que sin el ejercicio de la virtud, sin el deseo de ser mejores, de perfeccionarnos, no es posible la felicidad; aunque las medidas no sean todas iguales. Incluso Epicuro declaraba que convenía gozar de placeres con inteligencia y que el más grande era el cultivo de algo no tan físico, como es la amistad. Pero ¿qué anuncios o recomendaciones hay hoy para ser mejores, para desarrollar las virtudes? Cuando alguien dice a otros: “sed buenos”, a menudo tiene un toque de ironía. No está de moda la virtud y parece imposible lograr un estado satisfactorio con uno mismo sin ciertos valores cumplidos, sin haber sido. Muchos ahora cifran su mejora en poder o tener más, más que en ser más. Ser más es ser mejor también con quienes habitan los alrededores. Sin la virtud la felicidad no parece posible, aunque pueda haber goces.

Después de pasarlo bien, entretenidos, a veces vienen amargas lágrimas y eso nos está sucediendo continuamente, en una sociedad que pasó de ideales religiosos o espirituales a políticos y de estos a la satisfacción de los deseos más elementales, al abdomen. Esto está afectando especialmente a nuestros jóvenes, sin rumbo, sin un claro futuro o lleno de nubes y temores. Estas líneas se escriben solas el día en que se celebran los Santos Inocentes, cuando Herodes perpetró la masacre para acabar con el Mesías, recién nacido. Hoy mismo aparece también la triste noticia de que España vuelve a superar los noventa mil abortos anuales: esto no hace gracia a nadie. No es un plato de gusto ni se pasa bien, y deja en muchas huellas atroces. Después de la ebriedad viene a menudo la resaca y la cabeza duele, el vientre expulsa las que parecían exquisitas viandas, a veces de modo nada educado.

El placer ha de saborearse con medida, con dominio de sí y de lo que se gusta, porque lo importante no es esclavizarnos al goce, sino ser felices. Feliz año nuevo, sí, sean felices.

El autor es escritor