En abril de 2018 mi hijo fue diagnosticado como autista Asperger. Él tenía 8 años. En aquel momento agradecí muchísimo el apoyo recibido desde la escuela, ya que gracias a su diagnóstico mi hijo comenzó a recibir cinco sesiones de apoyo con la pedagoga terapeuta y tres con la logopeda, ocho sesiones en total. Salía de clase, junto con otros compañeros y compañeras que también precisaban apoyo, y en un entorno más reducido y personalizado aprendía aquellas cosas que dentro del aula, con más alumnos y estímulos exteriores, le resultaba más difícil aprender.

Todo iba fenomenal hasta terminar la primaria y comenzar el instituto. En el instituto las ocho sesiones semanales se han reducido a tres, y éstas ya no son en un grupo reducido, que es donde él funciona muy bien, sino dentro del aula. La pedagoga terapeuta entra en clase, y junto con el resto de alumnos atiende las necesidades educativas de mi hijo y las de otros que también necesitan atención.

La adolescencia es una etapa conflictiva para cualquier adolescente, más para los chicos y chicas con necesidades especiales lo es aún más. 

Las regresiones en el autismo se agravan con la edad. Las estereotipias y tics se vuelven visibles, como las dificultades en las relaciones sociales. Así como otros trastornos y enfermedades mentales asociadas al autismo (depresión, ansiedad, TOC...). Si a esto le sumamos una reducción de apoyos en los centros educativos de secundaria, el resultado es un retroceso en el avance de estas personas.

Supone dificultades significativas académicamente, malestar anímico y empeoramiento en sus relaciones sociales. Significa soledad, aislamiento y marginación.

Ningún adolescente quiere tener de amigo a alguien que hace tics con los ojos, que hace ruidos con la boca, que habla solo o que hace movimientos extraños con las manos. Nadie quiere tener de amigo al diferente, al raro, al que no sigue al rebaño. Al que tiene unos temas de interés alejados de lo que interesa a la mayoría. 

Estoy enfadada, muy enfadada, porque desde el CREENA (Centro de Recursos de Educación Especial en Navarra) no se valora individualmente al alumnado, porque en nombre de la inclusión se eliminan las clases reducidas y se obliga a todos por igual a estar dentro del aula, sin tener en cuenta, de que igual, lo que para algunos es lo adecuado, para otros no.

Estoy enfadada y me siento impotente, porque mientras los profesionales de la educación y la salud mental, atrapados en tediosas burocracias administrativas, hacen lo que buenamente pueden, tanto ellos como las familias sabemos que los apoyos que reciben nuestros hijos e hijas son insuficientes. Que no están recibiendo la atención que necesitan, y que por derecho deberían de recibir en pro de la igualdad de oportunidades y de esa inclusión de la que tanto se habla.

Mientras tanto ves cómo la estabilidad emocional de tu hijo se deteriora, cómo entra en depresión, cómo llora por cualquier cosa, cómo se aísla del mundo y cómo se pasa su tiempo de ocio dolorosamente solo.

Hago un llamamiento a los responsables del CREENA. Por favor, sentido común, adaptación de los protocolos respecto a las intervenciones de los pedagogos terapeutas, teniendo en cuenta las particularidades del alumnado.

A los responsables de salud mental infanto juvenil: la coordinación entre ellos y personal docente (tutor, orientador y PT) es fundamental para el buen funcionamiento de estos chicos y chicas, tanto en el aula como en el resto de espacios del centro.

Y, sobre todo, hago un llamamiento al alumnado y sus familias. Por favor, empatía, generosidad, solidaridad y respeto a las diferencias de todas las personas.