No es de recibo que quien debe ser modelo de empleo de calidad fomente el trabajo basura. La temporalidad laboral es hacer un periplo por la cuerda floja con los ojos vendados: no sabes cuándo te caerás.

Todos necesitamos un proyecto de futuro. Sin un empleo fijo y digno, la inestabilidad produce desazón en las largas noches de insomnio, y la zozobra se convierte en aciaga compañera que dificulta las relaciones personales. Quien termina su fugaz contrato aguarda con ansiedad otra renovación que ignora si llegará, el destino que tendrá o quiénes serán sus nuevos compañeros.

Por eso alarma la temporalidad insensiblemente instalada en la Administración pública, que además destruye con saña dos pilares de la sociedad: sanidad y educación. Si el liberalismo la trajo, ¿qué hace el Estado emulándolo?

La reforma laboral ha logrado que en el sector privado la temporalidad caiga del 25% al 15%; y eso aún hace más inmoral que la Administración tenga más del 30% de eventuales. Urge poner remedio.