Estamos todas muy cansadas de hacer algo de lo que estamos cada vez más convencidas que no sirve para nada. Votar. Nos aburre y nos da mucha pereza. Pero no podemos evitar que nuestras tripas se arruguen cuando oímos que alguien se va a aprovechar de nuestra abstención. Aunque de esas mismas tripas nos salga un “me da exactamente igual, que se jodan”.

¿Alguna vez habéis visto en las tartas que reflejan los resultados de unas elecciones la porción correspondiente a las personas que no han votado? Sí, se dice e incluso aparece en la cabecera de dichos resúmenes que la abstención ha sido de un 40%, por ejemplo, pero ya está, nada más, el dato no pasa a formar parte de los resultados ni de la tarta. ¿Desaparece? Ni en las concejalías de los ayuntamientos ni en el reparto de los escaños de los parlamentos aparecen vacíos los asientos correspondientes. Luego, sí. Desaparece. ¿Y eso qué significa? Pues que un intruso se ha sentado en el asiento que nos corresponde. Que el intruso sea de nuestra tendencia o no nunca lo vamos a saber, porque también las tendencias de la abstención se diluyen en ese 40% abstracto y nadie puede demostrar, ni siquiera las encuestas, que sea de derechas, de izquierdas o medio pensionista. Así que no queda otra que comérselo con patatas, joderse y aguantarse. Yo no podría aguantar toda una legislatura pensando que mi no voto, junto con los no votos de colegas de tendencia, están calentando el culo de un Esparza, Toquero o abascálido (tomo el término prestado) cualesquiera. Sería demasiado para mis tripas y mi edad no me lo permite.