Muchas veces necesitamos desahogarnos. Y es tan fuerte el nudo que atenaza nuestra garganta, que tratamos de aflojarlo explicando nuestro dolor a un amigo, o a la primera persona que encontramos en nuestro camino. Con suerte, si el que escucha es largo, no emitirá ningún juicio, simplemente escuchará con atención.

Pero si es un poco más largo, comprenderá que lo que esa persona le cuenta es solo una versión del problema. Y que para poder valorar en su justa medida el asunto, por lo menos tendría que escuchar a la otra parte. Teniendo esto en cuenta, éste dirá algo que alivie el dolor del que le confía sus secretos sin perjudicar al tercero. Pero, si el de las confidencias encuentra en su camino a un escuchador cortito, éste le regalará un consejo bienintencionado. Aunque, con toda seguridad, esa sugerencia será arbitraria e irresponsable. En primer lugar, porque no se tomó la molestia de tener en cuenta las razones de las dos partes en conflicto. En segundo lugar, porque ese consejo podría tener graves consecuencias. Y en tal caso, el que dio su parecer gratuitamente, recaería en algún grado de responsabilidad sin necesidad. 

Por eso, aun a riesgo de pillarme los dedos, mi consejo es que no de consejos sin valorar antes lo que le sugiero.