La victoria obtenida el pasado domingo por el equipo femenino de fútbol de España es mucho más que la consecución de un trofeo deportivo. Constituye un paso hacia adelante en la normalización de muchas cosas. En primer lugar, el fútbol no debe ser considerado como un deporte masculino como, desgraciadamente, lo consideran todavía muchas personas. Las chicas de la generación de nuestras campeonas, las nacidas en torno al año 2000, no lo han tenido nada de fácil. Son chicas que en muchos casos, en su etapa infantil, han tenido que jugar a fútbol rodeadas de chicos porque, incluso, en ciudades de tamaño medio, como puede ser Pamplona, por ejemplo, y lo sé porque me ha tocado verlo de cerca, constituían, todavía, una clara minoría. Afortunadamente, la victoria de este domingo puede ayudar a romper esquemas en nuestra sociedad. 

Tan legítimo es que un chico juegue a fútbol como que lo haga una chica. Lamentablemente, en no pocos casos, estas chicas no han sido comprendidas por sus propios padres que han tratado de evitar que hicieran realidad su sueño con el falso y retrógrado argumento de que “el fútbol no es algo femenino”. Por otra parte, el hecho de que en nuestro primer equipo de fútbol femenino existan tanto jugadoras lesbianas, como otras de etnia gitana y de origen latinoamericano, puede ayudar a que, en los sectores más clasistas e intolerantes de nuestra sociedad, se acepte la diversidad como algo natural y que se comprenda que nadie puede ser marginado por motivos tales como la orientación sexual, la etnia o la raza. 

Todas las personas tienen la misma dignidad y los mismos derechos porque, por encima de cualquier otra consideración son seres humanos. Es algo tan sencillo como esto aunque, desgraciadamente, no todos lo entiendan.