Hace unas semanas, varios expertos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas analizaron la toxicidad de las bolsas de plástico: las de siempre, las recicladas y las biodegradables. La conclusión es desoladora: demuestra la "elevada toxicidad de los plásticos reciclados y biodegradables comparada con el plástico convencional no reciclado". Es decir, las células expuestas al plástico tradicional no mostraban toxicidad, pero las expuestas a plásticos biodegradables, sí, dificultando la vida celular. Y esta toxicidad se incrementa cuando reciben luz ultravioleta, elevando el riesgo de que los contaminantes se trasladen a las personas. No me digan que no es alarmante. Y con las pajitas desechables, más de lo mismo. La codicia humana carece de fronteras éticas. Por su bajo coste, cuando estos ambiciosos desaprensivos fabrican bolsas y pajitas, usan aditivos químicos de gran toxicidad. La ambición es mucha; la inteligencia, ninguna. ¿A dónde vamos? Avanzo la respuesta: así, sin duda, directos al desastre más rápido que nunca.