He visto la película Nightcrawler (2014). La película nos resume la vida de un psicópata, Louis Bloom. Es una persona solitaria con ojos saltones y una enorme capacidad para manipular a las personas. Este treintañero por fin encuentra un trabajo por el que siente pasión: periodista freelancer. Su falta de escrúpulos le permite ir subiendo a los peldaños más altos de la empresa de comunicación que contrata sus servicios. Esta empresa está sufriendo una disminución de la audiencia. Louis Bloom les ofrece contenido exclusivo. Llega antes que la policía a los lugares donde se suceden los crímenes y graba las escenas más horripilantes. Esta cadena de sucesos de Los Ángeles compite con los demás canales de California. Todos buscan el contenido más desagradable. Louis les proporciona un material muy valioso. Es capaz de mover los cadáveres para que las escenas sean más morbosas. Logra adelantarse a sus competidores al fijarse en los crímenes que tienen lugar en los barrios más adinerados. Estos vídeos aumentan los índices de audiencia de la cadena.

Esta película nos sirve para reflexionar sobre la falta de escrúpulos de los medios de comunicación a la hora de enseñarnos y contarnos los detalles más desagradables de un suceso. Ya sea un accidente de tráfico o un crimen. Por cierto, no se nos hace ningún favor cuando se asocia el crimen a las enfermedades mentales. La enfermedad mental se utiliza para explicar cómo una persona ha realizado un crimen espantoso. ¿Dónde queda la responsabilidad editorial? De entre todos los crímenes, sólo una minoría son cometidos por personas que tienen una enfermedad mental. De hecho, los enfermos mentales son los que más sufren la violencia de la sociedad debido a su fragilidad. Esta es una crítica a los medios de comunicación. Ya no hay una franja horaria en la que se pueda exponer o no, un contenido concreto. ¿Qué ha ocurrido con el horario infantil? Nos despertamos por la mañana exponiendo a los más pequeños y frágiles, nuestros hijos, a contenido sensible. Y da igual el canal que pongas. Junto al sexo, el contenido violento es el que más llama al ojo humano. Pero no todo vale.