Robe Iniesta es grande, aunque salga con su faldilla, su cuerpo plumilla y parezca que se le va a llevar el viento. Tres horas casi de conciertazo el del sábado por la noche el el Navarra Arena. ¡Impresionante!

Faltaban todavía un puñado de canciones por tocar, seguramente las mejores, pero de repente me encontré por el suelo. De verdad que no bebí como para eso, no se qué fue, ni por qué me encontré tan mal. Pero allá estaba, en el pasillo del baño más cercano al escenario, bastante mal, sentado en el suelo.

La chica del concierto llegó e hizo cola como las demás para entrar al servicio. Ya entonces se giró, me miró, se preocupó y me sonrió. Esa sonrisa y su mirada de preocupación fueron como una tirita en la rodilla herida de un niño, efecto placebo, me hicieron sentir mejor. Pasé minutos solo, con dolor, mareado, tirado, bastante pocho. Entonces sin darme cuenta me cogiste de la mano y de nuevo me regalaste tu sonrisa.

Mano salvadora, me levantaste y me llevaste hasta donde se encontraba mi grupo de amigos. ¿Como sabías quiénes eran? Algo me dijiste, no te entendí, me quedé con las ganas de hablar contigo un rato y darte las gracias.

Chica del concierto, ¿fuiste real? ¿o fuiste parte de una canción escrita a medias entre Robe y yo?