Vivir en Europa el día de las elecciones es como estar en un gallinero, que te puede gustar o molestar si eres un urbanita que le molestan los cantos del gallo cuando se va a un establecimiento de pueblo para relajarse. Lo que para los de pueblo es una gozada que te hace recordar la niñez, para los señoritos y señoritas de redes sociales (que eso sí es un gallinero) es un dolor. Como últimamente estamos acostumbrados a ver el mundo al revés, no nos extraña.

El cacareo es de tal volumen y estruendo que ensordece. Tenemos que buscar otras palabras para explicarnos, porque las usadas hasta ahora, derecha, izquierda, centro, ultra, ya no reflejan la realidad. Ahora todo es extremo o entreverado. Hay tantos matices en todas las tendencias que hay que afinar con inteligencia, tal vez con la inteligencia artificial para acertar.

Los fascistas no es que hayan crecido, porque siempre han estado allí: lo que ocurre es que ahora tienen más medios meten más ruido y se han venido arriba porque pueden votar. Cuando mandan ellos no se puede votar, y eso lo sabemos muy bien los que hemos mamado la dictadura. Menos lobos. Estamos como antes, con la diferencia de que ahora podemos contarlos y buscar soluciones.