Bienvenido al show del transporte urbano de nuestra ciudad. Los letreros del autobús cambian sin darte cuenta por arte de magia. Te montas en una villavesa, y si tienes suerte llegarás a tu destino y si no, simplemente no...

Era el mes de febrero, viernes, siete de la tarde. Llego a la parada de la rotonda de Príncipe de Viana junto a mi hija de tres años. Las rotondas están invadidas de tractores pero el transporte público funciona. Comienza a llover a mares y nos resguardamos en la marquesina. Estamos de suerte y la villa llega casi al momento. Abre las puertas, nos montamos apresuradamente para no empaparnos y nos sentamos. Cuando se montan todos los pasajeros el conductor cierra las puertas y arrancamos rápidamente rumbo a casa. Nos hemos subido en la número 20 con destino al barrio abandonado institucionalmente de Ripagaina. Todo bien hasta el momento, distraigo a mi hija enseñándole los imponentes tractores por la ventanilla. Me dice que tiene pis, le digo que aguante, que en menos de diez minutos estamos en casa. De repente el autobús cambia el rumbo para encauzar la calle Amaya.

Quizá la Baja Navarra esté cortada por la huelga de agricultores. No pasa nada, la villavesa continúa su camino, los pasajeros suben y bajan en sus respectivas paradas. Algo me hace sospechar, llegamos a la rotonda del club de Tenis y bajamos al Soto Lezkairu. ¿Habrá modificado la número 20 el itinerario y ahora pasa por el Soto? Me pregunto mientras mi hija me pide algo de comer.

Iluso de mí le digo que en unos minutos estamos en casa para cenar. Atravesamos el Soto en dirección Mutilva. El sudor frío me recorre la frente. ¡No puede ser! ¡Me he equivocado! Todavía la vista creo que no me falla, estoy seguro de que ponía 20 en el letrero del autobús. La niña comienza a agitarse. Tiro de móvil, los dibujos son lo único que le pueden entretener para que aguante sentada en su asiento. Cuando la villavesa hace una nueva parada en un lugar remoto de Mutilva me levanto y me dirijo al conductor. “Perdone, ¿ésta es la número 20?”. “Sí, me contesta. Pero en Príncipe de Viana pasa a ser la número 25”. ¡¿Cómo?! “Sí, me tenías que haber preguntado cuando te has subido”, me dice el conductor. No entiendo nada. “Ahora doy la vuelta en Mutilva, subo al centro y cambio otra vez a la número 20”, me responde. No puede ser, resignado me vuelvo al asiento. Pero, ¿desde cuándo una villavesa pasa a ser otra? ¿Cómo no me enterado? ¿Soy el único? Es verdad que últimamente no soy usuario habitual, pero... Se me pasa por la cabeza bajarme y coger un taxi. Un joven despistado se levanta del fondo y va hasta el conductor. Perdone, ¿Ésta lleva hasta Sarriguren? Le dice. Soy un tonto más, me consuelo al ver a otra persona en la misma situación. Decido seguir sentado hasta el infinito, con todas las consecuencias, si la niña se orina encima y mancha el asiento pues bien merecido lo tendrían, pienso en ese momento. Llegamos al centro de Pamplona tres cuartos de hora después. El último grupo de adolescentes que se han montado en Mutilva se bajan dispuestos a pasar una buena tarde noche en el centro. Nos quedamos solos yo, mi hija y el conductor. Una hora y cuarto después llegamos a casa.

Con falta de metro o tranvía, itinerarios con malas conexiones entre barrios, frecuencias de largas esperas. Choca de frente con un intento de reducir paulatinamente el tráfico del centro.

Cada vez más barrios nuevos con pocos servicios que obligan a los ciudadanos a moverse más en el día a día con sus vehículos.

¡Por un transporte público interurbano de calidad!