Hace unas semanas regresé de una misión en Ushetu, Tanzania, una experiencia que anhelaba desde hace mucho tiempo.

Crecí en una familia comprometida con el prójimo y siempre tuve curiosidad por conocer la realidad de las personas con las que tratábamos. Este año, junto con una amiga, tuve la oportunidad de viajar y convivir con las hermanas del IVE, quienes nos mostraron la realidad local. La experiencia superó mis expectativas, revelándome una pobreza cultural y una falta de dignidad humana que no esperaba.

Siento que muchas veces se idealiza el continente africano, presentando una imagen del mismo que no es tan real, al menos no en lo que yo he podido experimentar.

Y es que tantas veces he escuchado aquello de: “Cuánto tenemos que aprender de la gente de África, que es feliz con tan poco. Mira a los niños, qué felices son”. ¿Con qué autoridad somos capaces de categorizar la realidad de todo un continente que apenas conocemos, con el que no nos implicamos y al que solo utilizamos para explotar sus recursos, sin preocuparnos por sus habitantes? 

Creo que es difícil afirmar que en un país son felices cuando te cuentan que los niños van a pastorear y, a veces, no regresan. No es sencillo hablar de felicidad en un lugar donde es común que las madres abandonen a sus hijos o donde el alcoholismo es recurrente.

Sin embargo, hoy, quería hacer un llamado a cada uno de vosotros: a ti y a mí. 

En primer lugar, quiero hacernos conscientes de una realidad que no siempre es visible y pedir que dejemos de idealizar las situaciones de pobreza que existen en el mundo; esforzarnos por ir más allá y ver más allá de la sonrisa de esos pequeños.

En segundo lugar, quiero que nos hagamos conscientes de que todos somos responsables del mundo en el que vivimos.

Aunque no todos podamos ir a África o a otro lugar a brindar apoyo directamente, sí podemos humanizarnos, salir de nuestro egoísmo y aprender a ver la realidad de quienes nos rodean. Vivamos tratando de hacer la vida más fácil al de al lado, esforzándonos por ser misericordiosos y empáticos, ya que nunca sabemos lo que está viviendo el prójimo. Así podremos contribuir a construir un mundo mejor, cada uno desde la realidad que nos ha tocado habitar.