Las noticias corren raudas por nuestro valle. Ni siquiera habían desembarcado los amarillos y ocres menguantes en la sierra. Una mujer que se equivoca, una nueva vida que se despeña en el Balcón de Ubaba, una desesperación más sin poder sostener, un alma de no poder echar para atrás, de no lograr enraizar allí arriba en los prados de altura, en las llanuras más resecas del asfalto.

Ahora ya sabemos por qué no paraba de volar el gran pájaro de hierro. Esas aspas de nuestros forales, que giran raudas, mueven vientos demasiado fríos.  Mejor ningún helicóptero sobre nuestras cabezas, ninguna joven poniendo fin a sus días en la carne, mejor nadie segando su vida a nuestra vera, en ningún lugar, en ningún puente de ninguna gran ciudad.  

En el 36 los empujaron. Eran los socialistas, republicanos, anarquistas de Tierra Estella que aspiraban a un mundo nuevo. Eran los nobles compañeros que venían de luchar por la justicia y la libertad. Felizmente aquel horror queda bien lejos. Desmontadas las barricadas, devueltos los adoquines a las aceras, ahora nos toca luchar sencillamente por dar un sentido a la vida.

Nos hemos experimentado ya como conciencia individual separada de todos los demás seres vivos, con escasa compasión por todo. Ese paradigma se derrumba, ya no cobra sentido alguno. Dice Thích Nhất Hanh que estamos poco a poco asumiendo el interser, el ser con, en compañía de los demás. Un mundo de interser es un mundo de acogida. En él no habrá espacio para la desesperación ni, por ende, para el suicidio.

No somos solos en medio de la creación. Como diría el popular maestro budista recientemente fallecido, tenemos un compromiso con todo prójimo, con la gran comunidad planetaria de vida. Cuanto más nos impregnamos de ese interser en nuestro interior, más conciencia grupal adquirimos, más nos daremos cuenta de que en realidad nuestra vida no nos pertenece a nosotros, sino a ese interser que nos desborda y cuyo real alcance desconocemos.

A la vida le importamos más de lo que nos imaginamos. Cada noche nos recuenta, por más que no sea necesario ponernos en fila. Cuida que no falte quien no debe... El interser tiene la facultad de transformarnos a nosotros mismos y, por lo tanto, a la humanidad entera. Somos con y para los demás y ello implica una orientación definitivamente nueva para nuestra existencia. El interser representa el arranque de una nueva era, la cita con el futuro y la esperanza. A esa cita no podemos faltar. Una humanidad instalada definitivamente en comunión no concebirá el suicidio.

Hay un bosque en Japón en el que se prodigan los suicidios. Diseminados por esa arboleda, llamada Aokigahara, hay unos carteles que han demostrado ser muy efectivos para la prevención de los suicidios. Los ha colocado la Asociación Internacional de Prevención del Suicidio e intentan persuadir a los desesperados para que no cumplan con su propósito final. Así reza alguno: “Tu vida es un hermoso regalo de tus padres. Por favor, piensa en tus padres, hermanos e hijos. No te lo guardes. Habla de tus problemas”.

Las autoridades de las grandes ciudades cierran a menudo el paso a puentes, alturas y lugares de suicidio rápido y seguro. Sin embargo, nuestra civilización no logra atajar las razones del suicidio. Una vez más deberemos poner nuestra atención en el mundo de las causas, más allá del de las consecuencias. Las simples barreras físicas de bien poco sirven.

No pondremos vallas al Balcón de Ubaba por más que se esté convirtiendo en nuestro propio “Aokigahara”. Pondremos verdes y floridos prados en el corazón desesperado, énfasis en la necesidad de fomentar comunión humana. A la vera de ese balcón mucho hemos nacido a una nueva vida. Tanta belleza a los pies invita a ser belleza, a dar continuidad a la creación, a prolongar al máximo los días entre el cielo y una tierra aún maravillosa. Nadie más se encamine a nuestro balcón, a nuestros puentes huyendo de la vida.