Entradas agotadas en el Navarra Arena, claro índice de la afición que hay en nuestra tierra por el arte ecuestre.

Grupos de jóvenes, familias, mayores, niños pequeños, amazonas, jinetes, aficionados, profesionales, propietarios y futuros propietarios llenando las gradas. Esperando y esperando porque empezó tarde, tras los pitidos y abucheos del público que, expectante e impaciente, ocupaba ya sus asientos.

Primera exhibición, Al son de la garrocha, bastante normalita, sin emoción. Perdió la garrocha en uno de los movimientos, bueno, puede, aunque no debe pasar.

Al son de cuatro. Completamente descoordinados, como si de un trabajo individual se tratase. Sin ni siquiera mirarse para intentar cuadrar los tiempos, el ritmo, las figuras... ¿Estarían enfadados?

Trabajos en la mano. Con gestos bruscos, golpes en la boca a través de las riendas que demuestran falta de entrenamiento y de sensibilidad ecuestre.

Un momento del espectáculo ecuestre en el Navarra Arena. Navarra Arena

Bocados duros, cuellos forzados... Dando como resultado orejas hacia atrás y movimientos cortantes con la cola, un claro signo de irritación y malestar en el caballo.

Poco espectáculo, triste iluminación, repetitiva la música y las coreografías... nada nuevo.

Decepción, mediocridad y aburrimiento eran los comentarios al bajar las escaleras. Qué pena da salir triste de un espectáculo al que entrabas con ilusión. Me gustaría saber qué piensan los jinetes y amazonas del resultado de su trabajo. La Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre se ha quedado anclada en el siglo XVIII, sin darse cuenta que la vida evoluciona y el trato con los caballos también.