El fútbol ha cambiado mucho en las últimas décadas. El tiki taka, la presión alta y la salida de balón le han ganado la partida a la valentía y la picaresca. Hay quien piensa que para jugar bien al fútbol es imprescindible tener defensores con excelente juego de pies, que tiren la línea del fuera de juego al milímetro y que no despejen un balón a no ser que les vaya la vida en ello.
Existe otra escuela de pensamiento (en la que me encuentro yo) que opina que el fútbol no consiste sólo en hacer jugadas bonitas y en tener un 70% de posesión. Un despeje rabioso mandando el balón al segundo anfiteatro también es fútbol. Una brecha en la ceja por culpa de un codazo también es fútbol. Un saque de banda directo al punto de penalti también es fútbol. Fútbol del de antes, del que ya no queda. Una forma de entender este deporte que tiene cada vez menos adeptos.
Es por eso que me declaro admirador de Juan Cruz. Un lateral con alma de guerrero que se deja la vida por el escudo en todos los partidos. Es capaz de recorrer decenas de metros para cortar un contraataque, de lanzarse al césped una y mil veces y, por supuesto, de cometer falta cuando toca hacerlo.
La vieja guardia dice que para ser un buen embajador del fútbol de antes, la estética es importante. Media melena recogida con una cinta para el pelo, bigote y barba recortada al más puro estilo D’Artagnan que le aportan un aura de espadachín antiguo. Nadie atraviesa su feudo sin batallar a vida o muerte contra él; es el muro contra el que se estrellan todos los talentos de la liga. Espero que nunca nos falten jugadores como Juan Cruz.