El viernes tuvimos la ocasión de compartir la tarde con unos amigos a los que adoramos pero a los que, por distintos avatares, no vemos mucho. Son de esta gente con la que te sabes querido, te sientes bien. Familia numerosa de 3+1, sorpresa de última hora que vino con el regalo que traen los niños Down. Abuela incluida en el pack. Vienen de lejos, del sur. Con esfuerzo e ilusión hacen de esta tierra acogedora y dura su hogar. Sonrisas y lágrimas. La vida. Pero afrontada siempre en positivo, con buen humor, siempre juntos como una piña. Eso bien claro y aprendido.
Tendríais que ver qué alegría serena y contagiosa: con qué naturalidad se vive aquí la discapacidad de n°4. La hermana mayor (n°1) contaba hilarante cómo vivieron la última competición de n°4 a la que acudió con sus padres. Anécdotas, risas, carcajadas. Y de nuevo la naturalidad y cotidianeidad de vivir la discapacidad. Otro detalle, la hermana n°3, veinteañera, se prepara para salir a cenar, y antes de irse, loca por presentarles a sus amigos a su joya, su hermana n°4. Me quedo con una frase de n°1: “a la próxima competición, tienen que venir mis hermanos: no se lo pueden perder”. Me paro, reflexiono y me doy cuenta de lo poco que valoro lo que tengo.
Sirvan estas mis humildes letras como toque de atención a nuestra sociedad egoísta y desfamiliarizada.
Familias fuertes y unidas en el centro. Así vamos bien.
*Madre y presidenta de FamiLiaE