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¿Democracias en riesgo?

¿Democracias en riesgo?EFE

El regreso de Trump a la Casa Blanca, a modo de elefante en la cacharrería, a nadie ha dejado indiferente. Su inefable condición narcisista está marcando las líneas que a lo largo de los próximos cuatro años van a ser los rieles de su administración. La sed de venganza y su enfermiza obsesión contra los más vulnerables, discapacitados incluidos, guían el desarrollo de su incipiente agenda como presidente de EEUU. De hecho, para los socialmente más sensibles ya ha aprobado deportaciones y promete campos de concentración.

Además, el clima de convivencia con sus países vecinos comienza a deteriorarse y es cuestión de tiempo que sus tormentosas relaciones se extiendan a lo largo y ancho del planeta. Es lo que tiene la magnificencia de la democracia, que llega al extremo de permitir a declarados antidemócratas alcanzar importantes cotas de poder y manejar a su antojo las instituciones del estado.

En Europa se vivió la experiencia en la primera mitad del siglo pasado y hoy ya hay quien detecta actitudes en los nuevos dirigentes norteamericanos que recuerdan a las de los miembros del Partido Nacionalsocialista Alemán. Camuflados en discursos de libertad y progreso, señalan al diferente o foráneo como amenaza, niegan derechos básicos y difunden el discurso supremacista. Cuando estas actitudes confluyen al mismo tiempo en el mismo lugar se suele hablar de fascismo, lo cual supone un serio peligro para la democracia. Es muy habitual que los poderosos empeñados en socavar los pilares de la democracia ataquen a los elementos de protección de la misma, como los tribunales o los medios de comunicación, haciendo en ocasiones de éstos herramientas de difusión propagandística basada en bulos.

No es casualidad que aquí, al otro lado del Atlántico y en latitudes hispánicas, quienes más celebran el retorno del magnate al Gobierno estadounidense son los que animan a los suyos a agredir a periodistas de ciertos medios de comunicación y se mueven como pez en el agua en el extenso mar de bulos. ¿Corren peligro nuestras democracias?