Decía un filósofo griego que conviene saber lo justo y simular ser poco experto cuando se quiere negociar con un poderoso. Se trata de que quien hace una reclamación obligue a perder la seguridad del técnico del monopolio mediante la argucia de que no entiende  sus complejos razonamientos y le asfixie con detalles inesperados  que le desvíen del argumento central y consigue llevar al experto a que pierda prepotencia y quede sin sus argumentos que domina.

Es la filosofía cínica de los monopolios, como las eléctricas, gaseras y petroleras, bancos o administraciones públicas. Todas ellas provocan un fuerte rechazo porque se enfrentan a sus clientes o usuarios en actitud dominante. Saben escenificar. Realizan costosas y periódicas campañas publicitarias de lavado de imagen que tratan de contrarrestar la opinión negativa de sus clientes y usuarios que en esencia se refiere a sus complejas y abusivas tarifas que modifican continuamente y que para descifrarlas se deben poseer conocimientos capaces de enfrentarse a los expertos del monopolista, cuya misión es diseñar un sistema incomprensible para cualquier usuario, sea familia, empresa o asesores externos.

El equipo se ha creado para provocar confusión. Se fundan en los algoritmos, fórmulas matemáticas, mezcla de alta tecnología informática, matices ocultos, incluso fundados en el esoterismo que descontrola al lector crítico  que desea entender lo que paga. Por eso, la defensa eficaz del usuario requiere no entrar al clinch que le supone desentrañar la factura sobre la que polemiza, pero planteando cuestiones tan polémicas como sus insultantes beneficios en tiempos de crisis que arruinan a la ciudadanía, los dividendos que reparten o la polémica sobre puertas giratorias. 

Esas cuestiones tan sensibles difundidas por los medios asustan al gobierno y si se manejan con inteligencia pueden influir en las elecciones. “Es la fuerza del débil hábil contra las masas que no se dejan amasar”: Georg Loos.