¡Europa, despierta!
Europa se ha perdido. Ha olvidado de dónde viene, los cimientos que la levantaron, las manos curtidas que la construyeron. Europa no nació de mercados ni de burocracias frías. Europa nació de un sueño de paz, de unidad y de valores arraigados en la dignidad humana. Tras dos guerras devastadoras, Robert Schuman comprendió que solo habría futuro si había reconciliación. El 9 de mayo de 1950 propuso a la República Federal de Alemania y a las demás naciones un nuevo camino: la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), la primera piedra de un edificio que se quería sólido y duradero.
Schuman, Adenauer, De Gasperi, Spaak y otros visionarios sabían que la unidad europea solo sería posible a través de la paciencia, la cooperación y el reparto de responsabilidades. El Tratado de Roma de 1957 dio un nuevo paso, sentando las bases de un mercado común, pero sin perder nunca de vista lo esencial: Europa debía ser, ante todo, una comunidad de pueblos y de valores, no solo de intereses económicos. Era la materialización de un principio cristiano fundamental: la solidaridad en la acción. Porque sabían que Europa se construiría, y se construirá a partir de realizaciones concretas que generen una solidaridad efectiva. ¿Y hoy? ¿Dónde está esa Europa? Hundida en sus contradicciones, prisionera de cálculos económicos y debilitada por su dependencia externa. Espera que otros decidan su destino, mientras olvida que posee un legado único, una historia real hecha de sufrimiento y superación, de diálogo y desarrollo, de construcción y paz. Europa tiene mucho que enseñar a quienes se creen dueños del mundo, pero para ello necesita recuperar su identidad y asumir, sin miedo, su papel en el presente para poder seguir soñando con un futuro.
Europa será siempre un proyecto inacabado, porque es un proceso vivo, el resultado de un largo y continuo devenir histórico que se escribe con la vida de cada persona. Existen una serie de valores de raíz evangélica: la solidaridad, el reparto de responsabilidades y la paz, que inspiraron el sueño y la fundación de Europa. Si perdemos la memoria, no habrá futuro. No será la inteligencia artificial quien marque el rumbo, ni los nuevos dictadores disfrazados de progreso y promesas de una vida fácil. Solo con el coraje de quienes todavía creen que Europa puede volver a ser lo que sus fundadores soñaron: un hogar común de libertad, dignidad y esperanza, será posible soñar un futuro.