Aunque es fácil hablar o escribir a toro pasado, lo que está ocurriendo en Ucrania se veía venir. Ese anuncio de Donald Trump de que acabaría la guerra en 24 horas si estuviera en la Casa Blanca no presagiaba nada bueno. Pero nunca pudimos imaginar llegar a extremos que merecen ser calificados de traición al pueblo ucraniano y a toda Europa. Por supuesto que Zelenski tiene mucho que agradecer a los Estados Unidos por su cooperación militar y económica imprescindibles. Es decir, a la presidencia de Joe Biden.
No sabemos lo que deparará el porvenir, pero Zelenski lo tiene muy difícil, salvo que se someta por completo a la voluntad del presidente estadounidense y del dictador ruso. Es evidente que la UE debe seguir apoyando financiera y militarmente a Ucrania con armamento de calidad y disponible no sólo para contrarrestar los ataques de las tropas de Putin, sino para contraatacar sin dilación en territorio ruso. Sin complejos. Bielorrusia y Corea del Norte, por lo menos, colaboran con Rusia en esta materia sin inmutarse, incluso con tropas.
Y llegado el momento de intentar una paz justa y duradera -¿qué significan ambos términos?-, debe tratarse de una paz con garantías, mediante reuniones con todas las partes implicadas, especialmente con Ucrania, cuya soberanía territorial ya fue sojuzgada en 2014 con la ocupación de Crimea y que continuó con la invasión de febrero de 2022. Los intereses de Ucrania están en juego. La UE no debe abandonarla a su suerte, y menos con una paz o un alto el fuego que implique o desemboque a la postre en una rendición. No se debe repetir en Ucrania lo que le ocurrió a Checoslovaquia entre septiembre de 1938 y marzo de 1939.