Soy peluquera en dos residencias de ancianos desde hace ya diez años y vecina de Lourdes, la persona que lleva tanto tiempo trabajando en el centro de jubilados de Estafeta, ese que ahora anuncian que van a cerrar. Lourdes no es solo una trabajadora. En ese centro es el alma, el motor, el refugio de muchas personas mayores. Al leer la noticia, sentí una tristeza profunda: por Lourdes, por los jubilados a los que cuida con tanto cariño, y por el rumbo que está tomando nuestra sociedad.
Nos llenamos la boca hablando de integración, de envejecimiento activo, de intergeneracionalidad, de enseñar a los mayores a usar el móvil… Pero ¿alguien se ha parado a preguntarles qué quieren ellos? Lo que de verdad desean, lo que necesitan es mucho más sencillo: un lugar donde estar, jugar a las cartas, conversar, compartir silencios y recuerdos. Un espacio cercano, accesible, donde se sientan acompañados. Pero claro, Estafeta es un lugar cotizado. La alternativa que se les plantea me recordó a cuando los bancos empezaron a cerrar oficinas. De pronto, nuestros padres y madres se quedaron sin sucursales cerca, y fuimos los hijos quienes tuvimos que sacarles el dinero. Porque la oficina más cercana ya les quedaba demasiado lejos.
No sé si somos conscientes -yo quiero pensar que sí-, pero vamos camino de ser mayores. Y en esta sociedad que valora solo lo productivo, lo rentable, parece que los mayores estorban. Algún día, nosotros también necesitaremos un sitio donde reunirnos. Puede que no tengamos una residencia pública donde ir (eso sería motivo para otra carta), ni un centro donde no hacer nada, que es precisamente lo que a veces más se necesita: tener un lugar donde simplemente estar.
No conozco los detalles de cómo funciona la Fundación Caja Navarra, ni quién toma estas decisiones, pero desde aquí lanzo un llamamiento a quien corresponda: Servicios Sociales, Ayuntamiento, instituciones, ciudadanía…
Porque algún día, no muy lejano, también seremos mayores. Y querremos tener cerca un lugar donde echarnos un mus o un parchís, donde reírnos de las mismas historias mil veces contadas. Y para eso, necesitaremos una Lourdes… y un centro cerca de casa. Porque nuestras piernas ya no estarán para grandes travesías.