Hay un tema que me apasiona sin esforzarme en ello, con naturalidad, por haberle dedicado gran parte de mi vida profesional. Se trata de la organización y los procedimientos internos en las empresas. No puedo evitar observar el funcionamiento de los sitios que visito y revolverme cuando veo que las cosas funcionan casi casi al azar, sin un método, como por instinto, me da igual empresa grande, pequeña, bar o lechería. La espera para que me atiendan no me aburre y empleo el tiempo en analizar los movimientos del personal y proponer (mentalmente, claro) modificaciones que mejoren la eficacia del departamento, sección, restaurante o tienda. Pero lo que peor llevo es cuando alguien ajeno al servicio, jefe, vecino, amigo o familiar, asalta el procedimiento puntualmente (se supone que con buena voluntad) convencido de que su ayuda va a resolver, precisamente, la falta de o el déficit en el procedimiento. Aunque momentáneamente se solvente el problema, bajo idénticas circunstancias estaremos en las mismas sin haber avanzado nada. La organización, que parte de una visión global de la empresa, no está al alcance de todos y es mejor pedir ayuda que perderse en vericuetos que no llevan a ningún lado.