Johan Sebastian Bach. Cada domingo estrenaba una cantata para las ceremonias religiosas. Sin querer competir, sino emular al genio de la música, me gustaría que cada carta que escribo estuviera acompañada por una cantata para estimular la belleza infinita de la música, de su música, y así distraer al posible lector de mis fallos en el sonido de las palabras y conceptos que discurren por mis pensamientos y mis fotografías de lo real e imaginario. Se supondrá pretencioso, pero como el soñar es gratis, ahí queda eso. Lo más grande de la música es que te puedes meter en su corazón sin pedir permiso, y el que te acompañe. No solo eso, sino que te arrastra a ese misterio. Y entrar en el corazón de cualquier persona ya es un milagro; imagínate lo que supone estar al calor, viento y olas del corazón y poderío de un genio como Bach, Picasso, Beethoven,Van Gohg o Vivaldi. La mayoría de música tiene que estar creada por alguien que ama, por alguien que conoce el amor, su quemazón y su martirio; o tiene la imaginación y el saber de Marcel Proust o Gabriel García Marquez, o de alguien que está a la sombra del hayedo en verano o al calor del tronco ardiendo y la brasa en invierno; o envuelto en la voz de una soprano y coro de Vivaldi en San Marcos de Venecia. Esta es gente importante, no otros mostrencos.
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