Lloramos al ver los incendios en las pantallas de televisión. Nos indignamos con quienes los provocan. Nos desesperan los problemas de transporte, como los de Barajas, justo en plena época de vacaciones.
Somos gente corriente, que no queremos enfrentamientos políticos ni insultos en el Parlamento. Lo único que deseamos es que la gestión de la vivienda, la sanidad o la educación mejore. Hemos votado para avanzar, no para asistir a un espectáculo de reproches.
No tenemos mansiones, ni calas privadas, ni fortunas con las que presumir. Todo lo contrario. Nos preocupa el aumento de la pobreza y la vulnerabilidad infantil, los trabajos precarios que impiden a los jóvenes independizarse, las listas de espera interminables o el precio de los alimentos que sube más rápido que nuestros sueldos.
En definitiva, somos personas sencillas que solo queremos contribuir al bienestar de la sociedad, sin ruido, en silencio. No sabemos cuántos somos, porque nadie nos pregunta. El CIS nunca recoge esta voz. ¿Por qué será?
Vivir y que nos dejen vivir: esa es nuestra aspiración, para nosotros y para quienes nos rodean. ¿Es utópico desear algo tan básico? ¿O la democracia no debería ser precisamente la garantía de conseguirlo? ¿Alguien nos dará respuesta a esta sencilla demanda?