Siempre estamos en todas partes y, al mismo tiempo, en ninguna. Vamos a actividades, hacemos planes y asistimos a eventos como si fueran pequeñas dosis de felicidad, pero al final nos queda la sensación de que nada nos llena. Nos movemos por la vida como si fuera una lista infinita de cosas por hacer, sin detenernos a sentir nada de verdad.

Esta obsesión por no perdernos nada nos hace perder lo más importante: a nosotros mismos. El miedo a quedarnos fuera nos empuja a aceptar planes que quizá no queremos, a hacer lo que todos hacen, a demostrar que estamos presentes y que participamos. Y así, llenamos nuestros días de actividades y compromisos: estamos en todas partes y, aun así, no conectamos con nada.

Es hora de parar. De dejar de correr de un sitio a otro sin sentido. De empezar a vivir por nosotros mismos y no para complacer a los demás. La vida no es una competición para ver quién hace más cosas, sino una experiencia para disfrutar aquello que realmente queremos. Quizás ha llegado el momento de dejar de buscar la felicidad en los demás y empezar a encontrarla en nosotros.