La Iglesia, pueblo de Dios
El Concilio Vaticano segundo dedica el capítulo segundo de la constitución Lumen Gentium, constitución dogmática sobre la Iglesia, a una de las grandes imágenes que la representa, el Pueblo de Dios.
Asumiendo la idea de San Pablo de que la salvación de Dios es una para todos los pueblos, la comunidad cristiana continúa la historia del pueblo de Israel, constituyéndose ella en el nuevo pueblo de Dios.
De este modo, el Concilio, vinculando la Iglesia con el pueblo elegido de Israel, no solo visibilizaba la dignidad cristiana, restañando ideas y comportamientos escasamente evangélicos, sino que situaba a la comunidad de discípulos de Jesús en la historia (de salvación, en este caso), donde se produce su crecimiento y se observan sus debilidades y sus defectos.
La Iglesia se concibe, pues, como pueblo llamado por Dios, antes de experimentar cualquier llamada particular, para constituir una nueva humanidad con un destino escatológico, el Reino de Dios. Inspirándose en fuentes bíblicas, el Concilio concebía una Iglesia menos identificada con la jerarquía y más abierta a su llamada: ser el pueblo de Dios.