La concesión de la Medalla de Oro de Navarra, a título póstumo, a Manuel Torres, fundador del Grupo empresarial MTorres, es una decisión, cuando menos, desafortunada e inoportuna.

El Ejecutivo Foral debería haber tomado en consideración que al galardonar a Manuel Torres de alguna forma se está respaldando, también, y dando un reconocimiento al grupo empresarial por él fundado.

Más allá de la trayectoria personal y empresarial que pudiera haber tenido el galardonado, hay un hecho incuestionable: y es que el grupo MTorres está vinculado, ya desde hace años, a la industria armamentista y que colabora con el ejército israelí. Un ejército que, recordemos, ha causado decenas de miles de muertos entre la población civil y que es el responsable del genocidio y del intento de exterminio al que se está viendo sometido el pueblo palestino.

Por mucho que Eduardo Torres, hijo del galardonado, haya manifestado, en el acto de entrega de la medalla, que “las máquinas y los procesos de su padre siempre estuvieron al servicio de las personas”, es imposible obviar que la empresa por él fundada está contribuyendo, actualmente, a que estén siendo asesinadas miles de personas inocentes. No se puede negar el hecho de que el grupo empresarial MTorres ha creado muchos empleos pero, por encima de ello, hay algo que no podemos ni debemos olvidar: y es que, desde hace ya años, muchos de esos puestos de trabajo están ayudando a crear muerte y destrucción.

Somos muchos los navarros que consideramos que, por encima de la creación de empleo, deberían primar otras cuestiones como la ética y el bien común. Y esto es algo que debería haber sido tomado en consideración por el Ejecutivo Foral a la hora de conceder el máximo galardón de la comunidad autónoma.

No son suficientes las declaraciones de la presidenta Chivite al afirmar, en el propio acto de entrega de la Medalla, que su Ejecutivo está “impulsando auditorías y más controles para evitar que haya rendijas en el sistema de las que se aprovechen quienes no tienen ética ni escrúpulos”. Esas palabras quedan vacías si no se ven corroboradas por las propias actuaciones del Ejecutivo Foral. Y, en este sentido, es obvio que la máxima distinción de la Comunidad Foral no debería haber sido concedida al fundador de una empresa, la cual a día de hoy, está en entredicho.

Desgraciadamente la Medalla de Oro de Navarra que se ha entregado el pasado miércoles es una medalla manchada de sangre.