Resulta llamativo que, después de 25 años de funcionamiento, la Escuela Navarra de Teatro no sea un centro oficial de Artes Escénicas y que su permanencia dependa de si el partido en el gobierno se acuerda o no de incluirla en sus presupuestos anuales.
Una situación que, vista desde fuera, da la impresión de que, más que una cuestión de olvidos o recuerdos, se trata de ausencia de un verdadero interés o de una intención de política cultural clara e independiente de quien prefiere los numeritos turísticos, el pasearse en el helicóptero de urgencias o el crearse a su alrededor un sanedrín de estómagos agradecidos, a la tarea más sorda y menos pública de las infraestructuras, y a un programa general de cultura en el que entren todos, no sólo los políticamente correctos. No se trata de hacer cartel o no sólo de eso, con el propio nombre y/o con el de los donfiguras que sean jaleados por los medios de comunicación, convertidos en atracciones de feria. Se trata de poner todos los medios necesarios al alcance de los jóvenes que están interesados en disciplinas artísticas, sean éstas las que sean. Pero no, ni por abajo ni por arriba, por el camino de en medio, que es el de Santiago y sus aledaños gastrosóficos porque dan imagen y alientan el turismo, que es de lo que se trata, de la industria turística y, de refilón, de actividades de relumbrón, cuanto más relumbrón, mejor, más silencio, menos crítica, más aplauso. No hay ni intención ni capacidad política alguna de montar un Artium ni un sistema de exposiciones como el del Museo de Bellas Artes de Bilbao, todo un modelo en el género, y eso que, cuando menos en este terreno, no faltan profesionales cualificados; tampoco de promocionar fuera de las fronteras del territorio a los artistas y sus obras, con inteligencia y eficacia. La Biblioteca General no ha abierto sus puertas después de más de 25 años de precariedad, pero se aspira a que, a base de bulla y discursos y patrañas, la ciudad consiga ser elegida Capital Europea de la Cultura con su buque insignia, el Museo de los Sanfermines. Lástima que cerraran el Manicomio Vasco-Navarro de San Francisco Javier, que era como se llamaba, antes de que ni la locura pudiera ser vasco-navarra.
Ahora bien, ¿qué se puede esperar de quien cicatea los presupuestos de la Universidad Pública de Navarra cerrando el paso a otras licenciaturas, como las de Medicina o Bellas Artes? Estaría bien comparar a quiénes va a parar el dinero público y por qué, con aquellos a los que se les retira o deniega éste.
Los jóvenes cómicos de Navarra llevan muchos días saliendo a las calles en petición de un apoyo más decidido a sus actividades académicas. Cuando menos no los han detenido y multado, que es algo que en Navarra se practica casi como un deporte de élite.
A los jóvenes cómicos (y cómicas) les gustaría que las cosas fueran de otra manera. Les gustaría vivir en otra sociedad, pero como viven en ésta, tienen que salir a la calle, que es a donde va a haber que salir mucho para una cosa y para otra. Y eso produce una cierta melancolía. Los veo solos, demasiado solos. Mientras podamos pagar la entrada de un buen espectáculo, todo lo demás sobra y no nos atañe. Pero no sobra. En ese terreno no sobra nadie, al revés.
Si ese y otros gobiernos no despilfarraran en otras actividades cantidades considerables de manera arbitraria, poco habría que decir en un tiempo que reclama a gritos atenciones sociales urgentes, pero el caso es que hay despilfarro, como en otros territorios hay corrupción generalizada, y hay un sistema oscuro de subvenciones que tiene demasiado que ver con el clientelismo político, al margen de la calidad y del valor objetivo de lo que merezca ser alentado o sostenido en beneficio público.
Hoy, las cosas relacionadas con la cultura, en lo público y también en lo privado, tienen que estar reglamentadas, acotadas, ser negocio de la forma que sea, o no son. Así, sólo cabe cumplir los requisitos, todos, gustar a quien reparte las ayudas (que para otros son prebendas) y no desentonar, no ser inoportuno. De esta manera el gobernante se asegura de que no haya subversión alguna, a no ser que pueda ser de inmediato fagocitada, digerida, asimilada por el sistema. Claro que subversión y subvención son un contrasentido. El tocanarices no puede aspirar a que el zaherido le pague, salvo que se convierta en su bufón, en su siervo al cabo.
El artista ha comprendido que vive mucho mejor como un junco que se mece con los vientos del poder de turno, que poniéndose enfrente o cuando menos a un lado, y haciendo lo que no debe ni es oportuno. Para la ocasión, puede disfrazarse de moderadamente crítico si la campana toca a mostrar la cara de la tolerancia y la amplitud de miras, de la farsa del aquí entramos todos. Pero la realidad es que el artista que arma bulla y dice no cuando hay que decir sí, no sale en la foto y, salvo que su bulla se convierta en espectáculo, no hace caja y tiene las puertas cerradas. Y no es que no le paguen, sino que no le dejan siquiera ganarse la vida con su arte. A la sombra de este estado de cosas hay rackets encubiertos bajo el disfraz de las esponsorizaciones, asunto éste del que se habla poco, porque para qué. Si se pagan eventos es para cobrar por otro lado. El que no cotiza, no contrata o poco menos. La cultura es el chocolate del loro, el perfume "fashion", con su toque "fusion", el glamour, la opereta de la guita negra, el baile de los vampiros. Aquí y fuera de aquí. Nada es gratis. Y hace falta mucho amor al arte para subirse al tablado, coger los pinceles, ir poniendo una palabra detrás de otra, pensando que eso que te traes entre manos es importante, es toda tu vida.