Síguenos en redes sociales:

Del crimen organizado

El nuevo orden mundial se sustenta en la contratación de criminales profesionales, a quienes el Departamento de Estado norteamericano asegura o aseguraba la inmunidad judicial por sus fechorías en países ocupados, en beneficio del ocupante. Guantes sucios en apoyo de guantes blancos. Guantes. De hierro al cabo. Los viejos valores de separación de poderes son cada más eso, valores viejos.

Eso es de lo poco que ha salido a la luz con la anulación, por parte de un juez de nombre y apellido de origen hispano, de las acusaciones de matanza en Irak que pesaban sobre unos mercenarios de la empresa Blakwater. Una matanza de civiles desarmados perpetrada por mercenarios que daban cobertura a un grupo de funcionarios del país ocupante. Dicen que los iraquíes están molestos. Los iraquíes están hartos de su ocupante. En balde. La amenaza de nuevas guerras sobre el modelo iraquí es un hecho: invasión, ocupación, nuevo orden, negocios de transnacionales.

¿Qué son los mercenarios? Gente que emplea la violencia con cargo al mejor postor. A precios de oro. No se trata de poner la violencia del lado de la ley o de quien tenga la razón de mano, sino de quien mejor pague, o de quien pague a secas, que no hay mejor razón. Su violencia viene avalada y absuelta por el poder que tenga en el desconcierto de las naciones quien los contrata. Las empresas que los contratan y ofrecen sus servicios proliferan, ya no son tan encubiertas como hace unos años, tampoco están todas en las trastiendas de un sórdido comercio de pertrechos militares. Eso sí, siempre al borde de la ilegalidad, en terrenos en los que es mejor no mirar. A cara descubierta y a cara tapada. Con el beneplácito de los gobiernos que se benefician de sus servicios. Abaratar costos y diluir responsabilidades es el objetivo.

El negocio de la seguridad es un abrigo de la delincuencia abierta y de la encubierta, una forma de ocupar el excedente de violencia organizada o semi organizada que crece y se cultiva en las rebabas del poder, allí donde de ordinario es mejor no mirar. Cuanto más poderoso es un país, más oscuras e impenetrables son sus rebabas. Materia novelesca. Como los mercenarios. Los ciudadanos son víctimas impotentes de los "excesos" de delincuentes uniformados, a pesar de que no protesten y de que acepten estos como un mal menor, una servidumbre de su seguridad a cualquier precio. Las leyendas urbanas se hacen eco de empresas de seguridad que visitan a sus clientes de polígono industrial antes y sobre todo después de haber padecido un robo o una efracción. Que no le rompan los morros al cavaliere Berlusconi o que no se echen encima del Papa por exceso de devoción o lo tumben, significa que hay que mantener a raya al público, a ese público del que las figuras públicas viven, con su aplauso necesario, hechos símbolos, iconos. Si los empujones y las presiones aumentan es cosa de la Seguridad, ese nuevo culto social del que acabamos prisioneros. Hay que controlar las devociones, y las animadversiones, los odios, los arrebatos, la creciente inadaptación social, tratada ya como enfermedad y como delito, las furias identitarias, los fanatismos religiosos, como el que está detrás del atentado frustrado o el del asalto a la casa de Kurt Westergaard, el dibujante danés que hizo una caricatura del profeta Mahoma. Pero, chitón, que hablar de esta furia o de este fanatismo de origen religioso es padecer islamofobia, como es antisemitismo señalar los crímenes de guerra de los israelíes en Gaza. Chitón, pues y sí a todo.

Hay que mantener a raya a las víctimas de atropellos como el de Air Comet, una tragedia para quien lo padece, un accidente disculpable, casi forzoso, para quien puede pagarse o le pagan los viajes en clase bisnes, la clase, la de los anuncios de viaje, o la clase turista en vuelo regular. Mientras no viajemos en esos vuelos, lo que pueda suceder no nos atañe. ¿Ha viajado usted en Air Comet? Era toda una experiencia. Necesitaban guardias de seguridad. Dentro y fuera de los aviones. Claro que por lo que se pagaba, qué se podía esperar. La culpa es de quien paga a la baja, tan a la baja que resultaba de chiste, de quien corre el riesgo, dice el bandarra espatarrado en la sala vips de la vida vivible. Hay que mantener a raya, acallar, reducir, disolver, expulsar a quien pide que le solucionen el problema de ir a casa por Navidad o de venir luego, y se excede en su petición, claro.

La mayor parte del público es ajena a los negocios de ingeniería financiera del presidente de la CEOE y entiende mal que un bribón que declara que él no hubiese viajado nunca en sus propios aviones, presida la patronal. Echarlo equivaldría a admitir que entre los miembros de esa patronal que defiende intereses de clase, hay otros como él o peores. Unos días después del escándalo mediático las cosas se diluyen y los pufos dejan de ser noticia. De hecho lo son a golpe de manipulación mediática. Cuando interesa.

Son suramericanos esos que se agolpan en ventanillas cerradas o atendidas por muros adiestrados, que entienden mal que el Estado no está obligado a suplir las chapuzas de su gobernados, al menos no en esa instancia. Al Estado sin embargo compete el control de esas empresas, y de otras que ejercen la piratería aérea y terrestre, o el de la seguridad intocable y a precio fuerte. Desentenderse de servicios públicos suele equivaler no sólo a liberarse de costos y de responsabilidades, sino a hacerlo de su control y funcionamiento. El Estado no se mutila, sino que se expande, intocable, irresponsable, con leyes que hacen de su responsabilidad una burla, todo poderoso. Lo privado no gana terreno, al revés, lo pierde, no en beneficio del individuo o de la comunidad, sino del poder del Estado.