Al régimen iraní se le viene respetando desde posiciones de izquierda porque está en contra de los Estados Unidos, y solo por eso, pero se pasa por alto que es un régimen en extremo autoritario, apoyado en un fundamentalismo religioso sin fisuras y que mata con el mismo entusiasmo y aplicación que pone en sus programas de energía nuclear.

En Irán se mata colgando de una grúa tanto a criminales como a homosexuales, y se mata por lapidación a las adúlteras a las que se hace confesar su delito a latigazos, como es el caso de Sakineh Mohammadi Ashtiani, cuya vida pende de la absoluta arbitrariedad de unos jueces cuyas leyes llegan directamente desde el cielo (como llegan las de los Estados Unidos).

Una mujer que lleva años pendiente de morir a pedradas ni lo suficientemente suaves como para no causarle heridas mortales, ni lo suficientemente fuertes como para matarla enseguida. La muerte tiene que ser lenta, tiene que ser espectáculo y cuanto más sangriento, mejor. Y hasta se echa mano de Michel de Montaigne para sostener que eso no es barbarie, sino diferencia, seña de identidad que hay que respetar.

Recordemos de paso que aquí el adulterio era delito hasta 1978. Yo al menos recuerdo sesiones de audiencia bochornosas -más por los magistrados que por las acusadas- y las interesadas supongo que no lo habrán olvidado.